(Publicado en el diario LA RIOJA el 31 de
octubre de 1996 fué objeto del Premio
Nacional Gabino Jiménez de Artículos sobre Urbanismo convocado por la
Consejería de Urbanismo de la Comunidad Autónoma de Canarias 1996)
Esta
ciudad está enferma, pero no del corazón. Jose Luis Bermejo y su gobierno
municipal del Partido Popular quieren sanarla, como antes lo hicieran Pilar
Salarrullana y Manuel Sainz, pero se equivoca igualmente en el diágnostico y en
el tratamiento. No es el corazón lo que está enfermo ni es la cirujía el
remedio. Pero ya se sabe, la popularidad va ligada al sensacionalismo y nada
llama más la atención del público que los asuntos del corazón.
Pero dejémonos de metáforas y vayamos con los
hechos. El Sr. Alcalde ha decidido que hay que “intervenir” en el Espolón
(perdón por volver tan pronto a la metáfora) y que hay que hacerlo sumando los
métodos de Marín en las aceras -materiales “modernos” y epatantes-, de Sainz en
la glorieta del doctor Zubía -cambiarlo todo para que nada cambie-, y de
Salarrullana en sus famosas calles, -peatonalizar a toda costa y sea como sea.
Bermejo tiene tan buenas intenciones como Marín, como Sainz o Salarrullana,
pero de buenas intenciones, como dice nuestro refrán, está empedrado el infierno.
Tengo
de esta ciudad siempre presente una “radiografía” general (perdón de nuevo por
insistir) de Julio Caro Baroja, que dice que este país era hace cuarenta años
una tierra pobre pero hermosa y que, sin embargo, a medida que se enriquecía,
se iba poco a poco convirtiendo en uno de los lugares más feos y vulgares de
Europa. Marín dió en quitar de nuestras aceras ese sencillo, cómodo y versátil
embreado que emparentaba nuestra ciudad con París (¡allí todavía siguen de
asfalto!) y se dedicó a poner poco a poco baldosas caras por las aceras para
que, cuando menos, luciesen todas como el Paseo de las Ramblas de Barcelona. El
aplauso de la ciudad fué unánime y si no hubiera sido por la crisis de UCD es
posible que todavía le tuvieramos de alcalde. Logroño empezaba a ser rica pero
no dejaba de ser pueblerina, y esa fatal combinación es, como todos sabemos, el
origen de las expresiones “snob”, “paleto”,“hortera” o “nuevo rico”.
Los
socialistas hicieron doctrina del éxito de Marín y a la ciudad le importó un
bledo que se cargasen las amplias aceras de la Avenida de Colón siempre y
cuando pusieran en el trocito que quedaba, baldosas de las caras. Año tras año
se fueron reenlosando nuestras calles y plazas con tal lujo y variedad de
piezas que pasear por Logroño se ha convertido, a la postre, en un completo
recorrido por el muestrario nacional -¡y hasta internacional!-, de adoquines,
losas, bordillos, y baldosas.
Extenuado
el modelo socialista, y no precisamente por la teoría del adoquín y la losa del
hormigón estampado, Bermejo se ha encontrado con que sólo le quedaban dos
plazas en Logroño por embaldosar: la del propio Ayuntamiento y la del Espolón.
Con la del Ayuntamiento no se ha atrevido porque la hizo un arquitecto
divinizado y ya puede hundirse o ser más fea que un pecado, que los lugares
tocados por el dedo del arte son tan sagrados para los políticos como la propia
doctrina de las losas de colores, y más vale no meterse con ellos. Así que ha
dicho: ¡a por el Espolón!.
La
ocasión la pintaban calva porque nada más llegado al cargo le acababan de
enmarmolar (o engranitar) de verde y rosa, los zócalos de la Concha y la peana
de Espartero. ¡Pero hombre!, -ha debido preguntarse-, ¿cómo permitir que aún
pisemos las humildes y anónimas baldosas hidráulicas hexagonales o las aún más
rústicas losetas de hormigón lavado cuando a Espartero y a los turistas les
ponen piedra de calidad?. Nada, nada, ¡a enlosar!. Y si se tercia, pues a
peatonalizar algo, lo que sea, que eso sí que es poner losas y adoquines en
cantidad.
Como
ya hicera Sainz en la Glorieta del Doctor Zubía y los jardines del Instituto,
se respeta la actual distribución de zonas, porque cualquier modificación en
ese sentido no da ninguna garantía y, abundando en el método, si fuera poco el
poner suelos recios, allá van también las farolas fernandinas y los bancos
imperio que eso a todo el mundo le gusta porque queda muy antiguo y da mucho
empaque.
En
la sugerencia que hace unos días redactara para el Colegio de Arquitectos,
recogía una cita de Paul Valery para advertir al Ayuntamiento que éste era uno
de esos casos en los que, según el poeta,“lo
más profundo es la piel”. Pero como
veo que no surte efecto y no me van a hacer caso, no ya Bermejo, el
Ayuntamiento, ni los ciudadanos, sino incluso mis propios compañeros
arquitectos en el ayuntamiento, sean concejales o funcionarios; como creo que este asunto de las baldosas es
una guerra perdida porque aún no ha llegado ese punto histórico de inflexión en
que este país quiera recuperar la sencillez, y a través de la sencillez, la
belleza; dejo atrás mis análisis y diagnósticos y opongo mi corazón dolido a
ese corazón de nuestra ciudad pronto a “intervenir”.
Y digo: acepto que se peatonalice y que se
repavimente, que se pongan farolas regias y bancos imperios; cedo a la
democracia de los votos frente a los argumentos de la razón; me olvido de las
normas compositivas y de mi invocación a la sencillez; acato el veredicto de
que esto y no otra cosa es lo que se merece Logroño y los logroñeses; admito
incluso la posibilidad de que la plaza de El Espolón por ser un lugar tan
especial en sus dimensiones, ubicación y arbolado, consiga aguantar el envite
que ahora se le quiere hacer, como ha aguantado a la reforma de la fuente del
Espartero, al maquillaje tecnológico de la Concha o a las farolas con ojos de
sapo que se pusieron hace un par de años. Cedo en todo y no daré mas guerra al
Ayuntamiento y a los logroñeses en este asunto si por lo menos consigo salvar
un metro cuadrado en el que el corazón de Logroño coincide con mi corazón. Esto
es, pido solemnemente al Ayuntamiento de Logroño y a los logroñeses que se
salve esa fuentecita de beber situada en el centro justo de la plaza, a medio
camino entre el monumento a Espartero y la Concha, y que según el anteproyecto
presentado por el Ayuntamiento se quiere eliminar.
Las
ciudades se salvarán, dicen los textos sagrados, con sólo que queden en ellas
unos pocos hombres justos. El corazón de Logroño seguirá latiendo, digo yo, si
conseguimos que esa fuentecita siga ahí, en su sitio, a pesar del marasmo de
mármoles, granitos, adoquines y farolones que se le vienen encima, a mayor
gloria de José Luis Bermejo. Porque esa fuentecita está en mi corazón y, según
creo, en el de muchos logroñeses más.
Y
quien sabe además, si empezando por un metro cuadrado...
(En
las obras que al fin se llevaron a cabo, con granitos, adoquines y farolones
imperiales, salvaron curiosamente la fuentecita pero no el lugar que
representaba: la cogieron y la pusieron en otro punto menos significativo para
intentar quedar bien y conjurar el peligro que suponía dejarla en un viejo y
amenazante metro cuadrado de mala conciencia)