domingo, 18 de octubre de 2015

LAS FACHADAS QUEBRADAS DE LAS CASAS ENTRE MEDIANERAS: ULTIMO ESLABÓN DE LA CRISIS DE LA CALLE


           (Este es mi primer artículo publicado íntegramente;  ...pero apareció (?) en un medio muy extraño y singular: el programa de fiestas de San Mateo de 1983. El alcalde Manuel Sainz me lo recompensó con dos entradas para ver el recital de Pablo Milanés, pero su carta me llegó después de fiestas...)


            De un tiempo a esta parte, en las calles de Logroño y en las de otras ciudades también, están apareciendo unos extraños edificios a los que parece no gustarles las alineaciones municipales.
            Me refiero a aquellos que presentan unas fachadas quebradas que, bien mirando hacia la derecha o hacia la izquierda, parecen atentar contra la línea y el orden que guardan los edificios vecinos.
            Tal fenómeno se inscribe en un proceso global de pérdida de los valores ciudadanos y espaciales de la calle, y responde a unos criterios que voy a comentar hoy aquí.

            Triunfo y ocaso de la calle

            Hay inventos tan sumamente perfectos, como por ejemplo, la cama, los zapatos, las bicicletas o el tenedor, que parece difícil que puedan caer en el olvido. Sin embargo, la calle, uno de esos geniales descubrimientos universales, parece no correr la misma suerte desde que un grupo de arquitectos europeos decidieran calificarla de burguesa (véase ¿Quien teme al Bauhaus feroz? Tom Wolfe. ed. Anagrama) y propusieran nuevos modelos de edificación, los bloques y las torres, capaces de superar tal invento.
            Antes de que desaparezca del todo, o incluso para su posible recuperación, puede ser pertinente recordar los valores de la calle tradicional.
            Dicho de un modo algo pedante, la calle es la óptima expresión de la maximización del valor de las infraestructuras. Traducción: al juntar unos edificios a otros, reducimos al máximo la longitud de la calle y de las costosas tuberías de alcantarillado, luz, agua, etc.
            Como consecuencia, se crea un espacio artificial definido por la anchura de la calzada y sus aceras, la altura de las casas, la composición de sus fachadas, las perspectivas hacia uno y otro lado, los pavimentos, los bancos, las farolas, los árboles, etc,. que a lo largo de la historia ha tomado un sinfn de formas y revelado un amplio abanico de posibilidades.
            De entre ellas, las más logradas sean posiblemente las creadas en los llamados Ensanches de finales del siglo pasado, de las que son ejemplo en Logroño, Gral. Franco, Calvo Sotelo, Vara de Rey, Gonzalo de Berceo, Avenida Portugal, Avda. de Navarra y otras.




            Su éxito radica tanto en la humana proporcionalidad de su espacio, como en la generosa capacidad de admitir diferentes tipos de edificios y fachadas en sus lados, que conlleva esa virtud de “diversidad en la unidad” tantas veces proclamada y buscada por los urbanistas modernos.
            Este modelo de calle parece que consiguió también ese nivel idóneo de densidad de población y de posibilidad de relaciones humanas que, a principios de siglo, enaltecieron la vida en las ciudades frente a la de los pueblos. (Puede comprobarse todo ello con sólo echar un vistazo a las imágenes de las calles logroñesas del “Logroño ayer”, publicación del COAR, o a las de la reciente colección de postales editadas por el IER con el mismo título).
            La brillantez de las mismas ha sido el preámbulo de un ocaso que en Logroño, mucho más que en otras ciudades, parece ser definitivo.
            El proceso de transformación de la calle del Ensanche (transformación hecha posible también como consecuencia de su propia versatilidad) ha tenido diversas fases y aspectos. Para Manuel Solá-Morales “el proceso de transformación ha consistido en la potenciación de la importancia viaria sobre el resto de valores de la calle”  (La transformación de los Ensanches. conf. Manuel Solá-Morales. Barcelona), es decir, la calle ha dejado de ser un lugar común de vida, de relación e incluso de representación social de sus vecinos, convirtiéndose en una “vía de comunicación” (¡vaya denominación más paradójica!).
            Destrozados los valores ciudadanos de la calle, a los ediles y a sus técnicos, y no digamos a los propietarios de los solares, no les ha importado ya destruir su proporcionada espacialidad, dejando construir muchas más alturas.
            Y por último, -llegando al fin al tema del artículo-, hasta las casas se quieren salir de la línea...



            Las casas quebradas

            Recuperar las calles del Ensanche, sobre todo en Logroño, va a ser una tarea muy difícil, aunque no imposible. Supondrá, en principio, el revalorizar sus virtudes y demostrar los aspectos negativos de sus últimas transformaciones.
            Voy a empezar hoy aquí por el final y sólo por un tema puntual, la transformación formal y figurativa que suponen las casas de fachadas quebradas, dejando para otro momento los asuntos, mucho más importantes, aunque ya dentro de un alcance eminentemente político, de la vialidad y la especulación.
            Al margen de las consideraciones respecto a la calle, las casas con fachadas quebradas responden más o menos a tres criterios:
            - El primero es el de supeditar su diseño a la consecución de un mejor asoleo para las habitaciones, orientando éstas escalonadamente en el sentido más favorable, o sea, hacia el Sur o Sur-Oeste, aprovechando la línea máxima de vuelos que permiten las ordenanzas municipales.
            Esto, que a primera vista pudiera parecernos un logro interesante, no es en el fondo sino la degradación arquitectónica de unos elementos mucho mejor diseñados para captar el sol y componer las fachadas: los bow-windows (literalmente “ventana salediza” muy utilizada en la arquitectura anglosajona) y los miradores.
            - El segundo criterio es de origen menos meritorio. Se basa en la solución a un arduo problema: diseñar una vivienda mínima en una parcela irregular que no tiene las medianeras perpendiculares a la calle. Veamos: para que sean habitables las habitaciones muy pequeñas, han de ser, por lo menos, de forma regular, normalmente, ortogonal. Para conseguir esto cuando la pared medianera es oblicua a la calle, es preciso ir escalonando las habitaciones en la fachada buscando la ortogonalidad de todas ellas.
            Lo curioso es que, a veces, buscando tal ortogonalidad, resulta que las habitaciones quedan en una situación desfavorable respecto al soleamiento. En tal caso, como puede comprobarse en algunas casas de Logroño, el segundo criterio prima sobre el primero: no están las fachadas quebradas para conseguir mejor asoleo, sino para aprovechar más y más el espacio.
            - Aún con todo, a pesar de la fuerza de estos dos criterios anteriores, los diseñadores de fachadas no se hubieran atrevido a trocearlas si no se hubiese producido previamente todo un fenómeno de pérdida de mecanismos y valores en la composición arquitectónica.
            El movimiento moderno en arquitectura dio al traste definitivamente con la simetría como sistema ordenador de composición, y los principios sustitutivos -el equilibrio de masas, el contraste, el eco, etc.-, han sido lo suficientemente débiles como para ser rápidamente olvidados, desembocando en un aformalismo o mejor dicho, en una degradación formal sin precedentes, en donde todo es posible. Incluso, quebrar las fachadas.
            Las proclamas del movimiento moderno no han sido pues un elemento más de enriquecimiento de nuestro bagaje compositivo, sino al contrario, la pérdida de todo él. Recuperar la calle pasa también por recuperar los tradicionales mecanismos de composición para las fachadas de las casas que la conforman, sin tener que olvidar por ello las aportaciones del movimiento moderno.
            Con todo, y en directa referencia al caso, me parece oportuno concluir con una cita de Edmund Burke, que ya en el siglo XVIII afirmaba que “en la belleza visual, los sentimientos nacidos de la contemplación de superficies lisas y suaves producen una relajación muscular, en tanto que los cuerpos ásperos y angulosos, conmocionan a los órganos del sentimiento” (Edmun Burke. “Investigación filosófica sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello”, Londres 1757).