domingo, 25 de junio de 2023

EL PABELLÓN DE LA RIOJA EN LA EXPO DEL 92

 


          

           (Publicado en dos entregas en La Rioja del Lunes, el 1 y el 8 de junio de 1992)

           

            Mientras que en la actualidad no hay absolutamente nadie con una mínima lucidez que se atreva a pronosticar los rasgos del siguiente siglo, a comienzos del nuestro George Simmel ya anunciaba que “el bombardeo de impresiones sensibles, imposibles de almacenar  (no digamos de reflexionar) obligarán al desarrollo de una constante indiferencia ante sucesos -crímenes, atascos, escándalos, miseria-, y espectáculos -publicitarios, arquitectónicos, mecánicos”  (Las grandes urbes y la vida del espíritu, 1903).

            La precisión del diagnóstico es tal que, en la actualidad, podemos utilizarlo a diario. Por ejemplo, sobre el asunto del pabellón de La Rioja en la Expo: una vez inaugurado y asumido el escándalo de que no es desmontable y que nunca se sabrá lo que ha costado, aunque seguro que mucho, o sea, más de mil doscientos millones ¿a quién le interesa ya?. Incluso al riojano que tiene ya contratado el viaje y no puede cancelarlo, y tiene que sufrir la pesadilla de la Expo, cuando vaya allí, la saturación de imágenes y acontecimientos será tal, que apenas reparará en el asunto éste de nuestro pabellón local.

            Así pues, que hable yo aquí, bien o mal del pabellón, es un asunto irrelevante que a nadie va a importar. El relato público de mis impresiones sólo tiene por tanto un carácter político (esa actividad humana ya en desuso y sustituida por la publicidad), es decir, un carácter personal. La escritura quiere ser aquí esa reflexión casi imposible que pronosticaba Simmel: un desenmascarar la “complejidad” que siempre se atribuye a estos temas, un continuo comparar unas cosas con otras.

            Pero para los no iniciados en Arquitectura creo conveniente hacer una introducción aclaratoria. La evolución de la Arquitectura como actividad humana y como arte comprende tres estadios: El primero lo definió magistralmente George Chritoph Lichtenberg en su aforismo número 31: “El caracol no construye su casa, sino que ésta le crece del cuerpo”. Así se construyeron nuestros pueblos más hermosos y los cascos antiguos que hoy tanto se protegen. Christopher Alexander ha teorizado dicho proceso en uno de los mejores libros de arquitectura que conozco: “El modo intemporal de construir”, ed. G. Gili.

            El segundo estadio es el hermafrodita, que puede enunciarse más o menos así: mientras los arquitectos dicen “nosotras parimos, nosotras decidimos”, los promotores responden “yo pago, yo mando”. Que estos dos agentes sociales lleguen a algún entendimiento suele ser fruto de la necesidad, no del amor.

            En el tercer estadio, que podemos llamar nihilista por pertenecer por entero a nuestro siglo, el edificio desaparece detrás del anuncio ó detrás del negocio ó, incluso, detrás del diseño de sus elementos parciales. O sea, que el edificio es lo de menos.Y como el siglo está tan avanzado, hay que señalar que el noventa y nueve por ciento de la edificación actual pertenece ya a este último grupo. 

            La arquitectura de finales de este siglo es flor de un día, espectáculo mediático, negocio por negocio. Y si encima el edificio es “desmontable”, y de “feria”, su irrelevancia como objeto va inserta en su propia definición.

            Hablar pues de lo que no existe no tiene sentido. Ser crítico de arquitectura en nuestro siglo es otra tarea imposible. Y sólo a base de recuerdos y obstinación romántica podremos entablar una conversación o fijar una idea. Además, reflexionar sobre arquitectura en un periódico, choca con la vastedad del tema. La arquitectura es actividad cara, y mil doscientos millones dan mucho de qué hablar. Por otro lado, hablar de un “lugar” concreto desde fuera del lugar, o hablar de la multiplicidad de imágenes que posee la arquitectura sin tener las imágenes delante, es tarea fatigosa. Hay cantidad de argumentos para no decir ni una palabra, así que tan sólo voy a apuntar los temas, no a desarrollarlos.

            Yo estuve en el pabellón de La Rioja en Sevilla poco más de media hora hace un mes. Hice una docena de fotos en el pabellón y enuncié los siguientes temas:

            -Edificio-hall. La organización espacial estratificada en pisos y simétrica produce la sensación de estar siempre en los sucesivos recibidores de un edificio que resulta no tener más dependencias que dos escaleras simétricas que acaban por llevar, una, al restaurante, y otra, a la cocina (lo que obliga a colocar en esta última a una señorita que te dice: “no por favor, no siga subiendo por aquí” ) y dos patinejos para llamarse a voces de un piso a otro.

            - Envoltura exterior discreta y urbana en un contexto verbenero: como ir a la “batalla del vino” con un traje de lino color crema y camisita de chorreras (panel de alabastro de la fachada principal).

            - La cercha invertida de la marquesina convertida en bibelots (cohetes) es de pésimo gusto y no encaja con el resto del traje del edificio. Al traje de lino se le ha puesto una corona de espinas o de velitas tipo Santa Lucía. Desde el trenecito la impresión es muy mala y supuse que desde la calle no se vería, pero me equivoqué.

            - La estratificación en bandas horizontales de los pisos de la maqueta original ha desaparecido en el edificio, que ahora presenta bandas verticales en las esquinas como si se nos hubiese quedado pequeño a última hora y lo quisiéramos hacer crecer.


            - A la entrada hay un charco, y para no pisarlo han construido un puentecito. Mejor hubiera sido secar el charco ¿no? Luego me han contado una historia truculenta de unas huellas de dinosaurios compradas a un arqueólogo furtivo que están debajo del charco, pero yo no quiero saber nada de este asunto tan feo, así que rodeo el charco.


            - Parra de entrada. La Naturaleza se lleva mal con las ferias. Quizás sea porque la Naturaleza es vida y las Ferias son comercio de vidas, o sea, muerte. El caso es que la parra no quiere crecer porque sabe que en octubre la van a arrancar. Un palo hincado en el cesped y una cinta de plático colorada, de esas de las de obras públicas, hace que la protege.


            - El umbral es un espacio desolador con dos rincones laterales que, en otro lugar, servirían para la guardia, y si no hubiera guardia, para meadero. En el pabellón de La Rioja en Sevilla sirven para arrinconar una máquina lavaplatos estropeada sobre la que había un letrero que ordenaba “no tocar”.

            - En el centro del hall, a piso llano, hay un mostrador circular, como el del Ayuntamiento de Logroño pero sin bedeles con traje azul y pegando sobres.

            - Un gigantesco artefacto metálico que recorre el techo (¿es una escultura?, ¡ah! ¿es arte?; entonces bien, porque si es arte ¿qué vamos a decir?) da dolor de cabeza al hall.


            - Las burbujas expositoras que están detrás del mostrador circular son un éxito porque dan tantos reflejos que o no se puede ver lo que exponen en una, o sea, el impresentable “facsímil original” (Consejero de Industria dixit) de las Glosas Emilianenses, o aumentan los brillos de las piritas que hay en la otra.


            - La escena de la planta baja se cierra con un telón de paneles que nos ha debido costar a doblón. Todo para mostrar unos mapas lamentables y la foto representativa de Logroño: el cruce de la carretera de circunvalación con la prolongación de la calle Chile (como en el pabellón de Cuba...).


            - Dos folios con rotulación hecha sobre una regla indican con una flecha quebrada hacia arriba, EXPOSICION, y con una flecha quebrada hacia abajo, BODEGA. Bueno, es un problemilla de última hora que no debería haberse resuelto nunca con un folio y un bolígrafo. De todos modos, -según me dicen-, un mes después de mi visita, todavía siguen allí.

            - Lo peor es que la afición a los cartelillos provisionales no acaba aquí. En los ascensores hay escritos a máquina (esta vez parece que va en serio) una notita que indica que nada de subir en el ascensor por razones de seguridad. Nada más verlos ya me lo temía, porque así colocados, enfrente de la escalera y con esas puertas verdes correderas, más parecen de comunidad de vecinos que otra cosa.


            - El panel de metacrilato donde figuran los sponsors comerciales del pabellón tiene la misma virtud que las burbujas expositoras. La invisibilidad se logra aquí mediante un hábil juego de formas entre los rótulos y sus sombras.

            - La bodega es inodora, o sea, no es bodega. Es un bar en el que se establece una dura pugna entre los recuerdos de la arquitectura del estadio del caracol y del estadio del diseño. Por cierto que entre los recuerdos de las bodegas riojanas hay una prensa que no es de vino sino de aceite (?).

            - Lo que se anunciaba como exposición es en realidad “el museo de los horrores”. Otro hall con “Arte” por medio. Alérgicos al Arte, abstenerse.

            - Allí una amable señorita me facilitó unos lujosísimos prospectos turísticos de buenísimas fotos y carísima impresión en los que no se dicen más que tópicos y además, en uno de ellos el mapa de La Rioja está invertido, y en otro, Logroño es Burgos. Iban en unos expositores diseñados al efecto, pero como la gente se los llevaba a pares, pues se acabaron el primer día y la señorita que me los dió los sacó de un armario donde estaban escondidos.


            - Al fondo del Museo de los Horrores está el minicine. En él, el blanco de la pantalla se extiende hacia el techo plegado como para disimular que no es un “Duplex”, pero no da el pego. Otrosí fuera que se proyectara en el techo en plan panorámico, que se lleva mucho por allí; pero la película convencional que se proyecta en la pantalla convencional ha costado tanto (la cifra que me han dicho es tan escandalosa que no me la creo), que la dirección ha debido decir que nada de juguetitos.

            - El comedor restaurante es pequeñín, o sea, selecto, con unas vistas sobre el lago bien hermosas, o sea que si uno encuentra asiento y se puede permitir pagar la cuenta, pues se tiene que sentir muy bien, o sea, como un privilegiado. A partir de ahí, creo yo, todo se empezará a ver distinto.

            - El salón de sesiones, situado justamente encima del comedor, aún mejora las perspectivas. Es elegante y está tocado por la mano del “diseño” en las sillas, la mesa, las lámparas, los ceniceros y no se qué más. Aquí se tienen que negociar cosas muy importantes: al menos su aspecto institucional-moderno-ejecutivo así lo anuncia.

            - Luego hay unos pasillos con cuadros de pintores riojanos y unas oficinas donde se resolverán también, digo yo, asuntos importantes.

            Y ya vale con veintiún temas, veintiuno es un buen número para quedarse (el día de nuestro patrón San Mateo). Hay muchos más temas, lo sé, y cada uno de estos temas podría desarrollarse ampliamente, pero yo no estuve en el pabellón más de media hora porque, claro está, docenas de otros singulares pabellones me reclamaban. Justo en el umbral del pabellón, cuando estaba haciendo una foto del lavavajillas allí aparcado, salió del edificio el Presidente del Gobierno de La Rioja y me saludó amablemente, porque es un señor muy amable que siempre me ha saludado amablemente. Y a pesar de que en buena medida, él era el responsable de tanta nadería superpuesta, yo también le saludé amablemente, porque es también mi costumbre saludar amablemente. Además, bien pensado ¿quién es el responsable?


            Seguramente los arquitectos deben sentirse responsables de todo esto, pero yo no creo que sea así. Raul Gonzalo y Julián Torres son probablemente los mejores arquitectos de Logroño (y en consecuencia apenas tienen trabajo). Ellos apuestan aún por la arquitectura del segundo estadio y luchan denodadamente por la calidad del objeto. Trabajan excelentemente los materiales, los encuentros, los detalles, y dominan un amplio muestrario de diseños auxiliares de la edificación. Pero con ser todo ello muy importante para hacer arquitectura, resulta que no es suficiente: primero, porque enfrente de la mesa han tenido a un cliente esquivo e indeciso, esto es, a políticos democráticos. En segundo lugar, porque al lado, justo a un lado del pabellón riojano, se le ha ocurrido a Hormaechea poner una nevera gigantesca , y en el otro lado los murcianos han colocado un jardín escalonado con escalera mecánica y todo. Y así la arquitectura es imposible. Y luego los responsables encargan a unos decoradores de Bilbao que pongan las burbujas, el artefacto de la entrada, los paneles de a doblón y el museo de los horrores; y así no hay arquitectura que resista.

            Todo quiere ser un anuncio hortera, una agencia de turismo o un eco institucional contra el que los arquitecto Gonzalo y Torres libran una estéril batalla intentando hacer arquitectura. Así que la responsabilidad del pabellón de La Rioja no es de ellos, ni del Presidente, ni de los decoradores de Bilbao, ni tampoco colectiva (de La Rioja entera), porque en la era del nihilismo ya no hay responsables; ni siquiera ya es responsable el que escribiendo sobre ello, nombra el disparate. Seguramente porque en los tiempos de la publicidad, la lectura ya sólo es un buen somnífero.

  


sábado, 24 de junio de 2023

LA REFORMA DE LA GLORIETA DEL DOCTOR ZUBIA

 

La Glorieta antes de la reforma de 1991


 (Publicado en La Rioja del Lunes de 15 de abril de 1991 con veintisiete alteraciones sobre mi texto original (?!) )



DEL CAMBIO AL PRESTIGIO

Una lectura de la Reforma de la Glorieta del Doctor Zubía


            “Lo hemos cambiado todo para que todo siga igual” dijo el Alcalde de Logroño en la re-inauguración de la Glorieta del Doctor Zubía hace unas semanas.

            Una lectura política inmediata sugiere que la voluntad de que todo siga igual es un reflejo del deseo de permanencia en el poder. Un chiste fácil, el de que fue la idea del “cambio” la que se lo consiguió. Una descalificación abstracta, la de que se trata de falta de ideas. Utilícese la que se quiera para la inminente campaña electoral y giremos aquí la conversación hacia temas más serios.

            Cierto es que el paso del tiempo deteriora las construcciones del hombre, y que ante ello debemos reaccionar con la reparación o la sustitución. Por el contrario, la rehabilitación que ahora nos invade, lejos de la inmediatez (de la naturalidad que diría un ecologista) de las dos actividades mencionadas, aparece cargada de artificio y simulación, porque no sólo encierra un engaño sino dos: hacer pasar por nuevo lo que no es; y hacer pasar por viejo lo que tampoco es. Y aún más allá de la rehabilitación, está la reedificación a la que el Alcalde nos invita (Teatro Bretón primero, y ahora Glorieta) y que nos remite a un mito de pesadilla: el de Sísifo con su piedra.

            Pero la reedificación, lejos de lo que dice el alcalde, no deja las cosas tal como eran, ni mucho menos. Veamos lo que ha pasado en la querida Glorieta del Doctor Zubía.

            Frente a la fragmentación parcelaria del dominio de lo privado (los frentes de fachada de las manzanas), el espacio público, por definición, es único y continuo. El suelo, elemento esencial en la definición de una plaza, asume por lo común la tarea de significar esa continuidad. El asfalto que había antes era un material excelente para lograr la difícil unidad de los diferenciados espacios que rodean al Instituto. Frente a la continuidad del espacio público, el nuevo diseño ofrece una triple fragmentación: en zonas, en materiales, y en aparejos. Las aceras Norte y Oeste, en las que con tres pasos se va de la caliza fina (con la que te matas cuando llueve) al ladrillo rojo, pasando por el adoquín rugoso, son al respecto, un ejemplo esperpéntico.

            La segunda estrategia de destrucción del espacio público va más allá de su fragmentación, La incomodidad del adoquín rugoso es un recurso utilizado en diseño de calzadas para indicar al peatón cuál es el dominio del carro y el caballo, la zona en la que se corre riesgo de ser atropellado y la advertencia sutil de por dónde se debe circular remitiéndole a las bandas más finas y cómodas para su pié. El pedregal que se ha construido en la Glorieta no invita a entrar y si se cruza, ha de ser como mal menor para no tener que dar toda la vuelta. Pero se sale de ahí en cuanto se puede, huyendo de un terreno agresivo y peligroso.

            Aún con materiales diversos y fragmentarios se puede conseguir cierta continuidad. Es cuestión de dominar el diseño y la técnica del aparejo. Pero el diseñador de la Glorieta da muestras de no aprender ni de sus propios errores por muy escandalosos que sean (como el de enfrentar juntas en diagonal a la fachada barroca de La Redonda en la plaza del Mercado). En  la Glorieta coloca el adoquín en círculos concéntricos en torno a los árboles por lo que, en los encuentros obliga a cortar las piedras en agujas verdaderamente escalofriantes que contravienen toda la lógica del material. Desazón contraria se siente cuando por mantener la ortogonalidad del aparejo se dejan sin resolver los irregulares encuentros que se producen en la esquina Noreste de la manzana, frente al antiguo Ayuntamiento.

            La reproducción de los jardincillos decimonónicos en bordillo de ladrillo sería fiel a la existente si no fuera porque en los pasillos interiores a los parterres se ha colocado el mismo tipo de ladrillo, con lo que se genera el bloqueo visual típico, y cargado de inquietud, de pisar aquello con lo que se decora.

            Está claro que en el tema de las farolas, el Alcalde no dice la verdad, pues han desaparecido aquellas ingenuas farolas verdes con pie en forma de alcachofa que había en la Glorieta, o aquellas otras divertidamente pretenciosas de base de ladrillos y azulejos, báculo de hormigón pintado de purpurina plateada y luminaria de llama o de filigrana metálica y tulipa, que había en la entrada del Instituto. Emulos de Juan Barranco (aquel alcalde que perdió su silla...) nos han puesto farolas de fundición, fernandinas e isabelinas, pero han calculado bastante mal su proporción y son desmesuradamente altas, siempre con el farol por encima de la horquilla de los árboles, al contrario de lo que mandan los cánones.

            La papelera catalana “de diseño”, obra creo que de Federico Correa para la plaza San Jaime de Barcelona, contrasta con el zafio o escaso diseño habido en la plaza. Debe ser el toque chic que necesitaba.

            El alcalde responsable de la obra es Manuel Sainz Ochoa. El diseñador es el arquitecto municipal Rafael Alcoceba Moreno. La empresa constructora que la ha materializado se llama BEYTESA.

            Para encubrir tanta torpeza y aclarar a quien no se había dado cuenta que sólo se trataba de una obra de “prestigio” a mayor gloria de sus responsables, dijeron que el adoquín era un material “noble”. Manuel de las Rivas, en la columna del diario La RIOJA del día siguiente a la inauguración, les propuso que se metiesen la nobleza por el pasillo de sus casas y hasta la despensa. Yo citaré, por concluir, al catedrático Salvador Pérez Arroyo, quien a tenor de lo que estaba ocurriendo en Madrid escribió (El Paíws 12 enero 1987): “Para que nuestras ciudades recuperen sus mejores esencias deben cambiar, es decir, para que sean aquello que fueron en sus mejores tiempos, deben cambiar intensamente”. 




NO TODOS CONTRA LOGROÑO

 

Logroño. Foto tomada de LA RIOJA, autor Juan Marín

            (Escrito en mayo de 1993, en plena producción del gobierno municipal Sainz/Salarrullana-Alvarez, para no recuerdo qué medio impreso)

            Las desastrosas obras urbanas que el Ayuntamiento de Logroño produce año tras año no son consecuencia, como a menudo se oye en las conversaciones de la calle-,  de la mediocridad del alcalde, ni del protagonismo de la concejala semialcaldesa (que es sólo cosa de aguantar dos años más), ni de la torpeza e ignorancia de sus arquitectos e ingenieros, y ni siquiera de la absoluta incompetencia de los asesores de tráfico y medio ambiente que contrataron a sueldo. La culpa de que el Ayuntamiento no acierte nunca en sus proyectos para calles y jardines tampoco la tiene la oposición política que pudiera estar ocultando las verdaderas soluciones como artimaña para ganar las siguientes elecciones. Los Gobiernos y los funcionarios de los Gobiernos son y serán siempre gente que en su preocupación por mantenerse o acceder al disfrute del poder agotan todo su pensamiento, de manera que no se les puede pedir más (Enzensberger). La definición de los problemas y soluciones han de llegar del pensamiento de la buena gente que no tiene los sesos sorbidos en la lucha por el poder; así que si alguien tiene la culpa de que los barrios, las calles y las plazas de Logroño sean cada vez más feas e inútiles, esos son los ciudadanos de Logroño, quienes en vez de pensar de modo sencillo en sus problemas, andan imitando a sus gobernantes y funcionarios repitiendo sus mismos discursos.

            El argumento para que el gobernante y el funcionario disfruten de sus estatus es que todo problema que se presente, por muy simple que sea, ha de considerarse como algo muy complicado que requiere profundos estudios, mucho tiempo, muchas reuniones y, sobre todo, mucho presupuesto. Llega un momento incluso, como en el problema del tráfico, en que declaran que a pesar de todos sus esfuerzos, no hay solución (así Manuel Sainz), y mientras esperan la llegada de algún “mago” del tráfico que todo lo arregle con artes de birlibirloque, van dando palos de ciego sobre las anchas espaldas de la ciudadanía: primero plazas duras sin un miserable arbusto (Chile), luego todo un cesped sin un mínimo llano para jugar un partidillo de basket o de fútbol callejero (Ebro); por aquí una calle convertida en autopista (Duques de Nájera), por allá un inservible boulevard que se reproduce (General Franco); buscan plazas de aparcamiento convirtiendo los “en línea” a “en batería”, y luego encargan estudios de carril bici; destruyen las mejores aceras (avenida de Colón) y prometen zonas peatonales justo al lado (Calvo Sotelo); dicen que la ciudad no debería cruzar el Ebro y construyen unas faraónicas instalaciones en Las Norias; y mientras dan la licencia a un hipermercado de autovía, celebran que en Logroño a todos los sitios se va andando.

            La pregunta que nos hacemos es ¿siempre será así?. Por supuesto. Siempre será así. Siempre tendremos que aguantar la inutilidad de gobernantes y de sus funcionarios en esas sus obras hechas única y exclusivamente con la intención de mantenerse, glorificarse o acceder al poder. No hay escapatoria a la organización jerárquica de los seres humanos, porque nunca la ha habido; porque no somos ni seremos como un banco de bacalao, -que decía con cierta nostalgia un poeta filósofo amigo mío. Pero no hay que preocuparse por ello: es un castigo que hay que soportar y que no resulta excesivamente grave si luego, en nuestras conversaciones privadas, nos reímos un tanto de sus estupideces y damos con la correcta definición de los problemas y con sus sencillas soluciones. Los desastres son mucho más llevaderos si, aunque sucedan efectivamente, sabemos que pudieran no haber ocurrido. Pagamos el diezmo con resignación porque sabemos perfectamente que lo van a despilfarrar, y ese saber es nuestro consuelo y nuestra fuerza. E incluso no descartamos que nuestra razón, siendo tan amplia y general, generándose en tantas y tantas conversaciones de almuerzo, de chiquiteo, de café o de sobremesa, pudiera fluir hacia arriba por alguna grietecilla, haciendo que el político se equivocase alguna vez y atendiera a este sentido común que llega de abajo en vez de a su condición de gobernante.

            Ahora bien, si en nuestras tertulias imitamos su modo de hablar y sus discursos insensatos; si de algún modo participamos en sus luchas por el poder; si reproponemos sus proyectos megalómanos pensándolos aún más grandes; si nuestras soluciones son más complicadas que las suyas y necesitasen aún de más dinero; si nuestro pensamiento se ocupa en buscar un culpable en el entramado de poder y burocracia, en pensar que ajustando un poco el entramado de poder y burocracia todo se iba a arreglar, si creemos que es a fuerza de imaginación o de fórmulas mágicas como se mejora la ciudad; entonces sí que estamos perdidos definitivamente. Entonces sí que ya no hay vida ni esperanza ni nada de nada. El día no dará paso a la noche y de las entrañas de la tierra no saldrá una brizna de hierba: porque con la unidad total de voluntad y pensamiento entre el Ayuntamiento y la ciudadanía, habremos acabado de poner farolas a la noche y de enterrar Logroño y la tierra toda bajo nuestras obras y proyectos.    



EL CAPRICHITO

 

calle Calvo Sotelo entre Juan XXIII y Capitán Cortés

            (Publicado en La Voz de La Rioja el 30 de octubre de 1993)


            El grupo Sainz/Salarrullana-Alvarez ha organizado para este otoño un simulacro de consulta popular con exposiciones, conferencias y encuestas sobre el último de sus caprichitos urbanos: el proyecto de medio peatonalizar la calle Calvo Sotelo y aledañas. Digo simulacro porque absolutamente todos cuantos participemos o nos neguemos a participar sabemos de antemano que el caprichito será llevado a cabo en los próximos meses; pues de lo contrario, el grupo Sainz/Salarrullana-Alvarez tendría que dimitir inexorablemente -a menos que su escasa vergüenza les permitiera seguir gobernando contra la voluntad de los consultados; o a menos que creyeran que gobernar es precisamente andar consultando a los ciudadanos y que el Ayuntamiento es una casa de encuestas (que también entra dentro de lo posible).

            Por lo general la conciencia nos remuerde cuando nuestros actos no están guiados por la necesidad o por las creencias, es decir, cuando lo que nos proponemos realizar es exactamente lo dicho más arriba: un caprichito. Acudimos entonces a un amigo, a poder ser más veleidoso que nosotros, para que nos diga: “hombre, no seas tan estrecho; gástate unos duros que la vida son cuatro días; que parece un capricho, pero luego verás que es muy útil; y además siempre es una inversión recuperable, etc. etc.”. Y si no encontramos al amigo pues entonces nos decimos a nosotros mismos (como Salarrullana allá donde pone la pluma) que el mundo se ha movido gracias a los innovadores, que hay que echarse para adelante, y que además soy buenísima eligiendo farolas, y alegría, alegría.

            Llevan tiempo los políticos y los constructores tomando la ciudad por su finca de recreo o negocio, y los vecinos, sabedores de ello, en vez de reivindicarla la van abandonando: unos a la Carretera de Soria, otros al piso más alto posible, otros cada fin de semana a su pueblo de origen o a su particular “finca de recreo”, y los que no pueden irse, o se refugian en la calle Mayor a ahogar sus penas en alcohol (y otras pócimas) o se electrocutan mentalmente en su propia casa con la televisión. Digo yo: ¿qué les importará a todos ellos el juego de color de los adoquines que han elegido Sainz/Salarrullana-Alvarez?

            La historia de la Ciudad ha contemplado infinidad de episodios de gentes que la negaron en busca de la paz interior. No hay que engañarse con discursos nostálgicos, la Ciudad siempre ha sido tráfago y falsificación, astucia y sofística, es decir, dominio de la “exterioridad”. Oposición a la Ciudad es la Casa, refugio de la Interioridad, eje del mundo de cada cual, tálamo y secreto. Mas la Casa ya no está en la Ciudad porque la Casa ha sido invadida electrónicamente por una Ciudad que a su vez ha desaparecido de las Calles, invadidas por la motorización. La diferencia con otros episodios de la historia es que 1º) la actual huida de la ciudad no lo es en busca de una “paz interior”, sino de una “paz exterior”: fuera de la Ciudad se busca la Casa, pero también la Ciudad, es decir, la relación exterior normalizada, la buena vecindad; y 2º) que las ruinas de la ciudad no sólo han dejado de ser escenario de la exterioridad, es decir, lugar de representación de todos y cada uno de los estamentos humanos sino que, efectivamente, han sido objeto de apropiación absoluta por parte de políticos y constructores.

            Sin embargo, personalmente, considero que la huida (mi posible huida) es un fracaso y que mis ojos, a pesar de mis deseos, no pueden dejar de mirar la ciudad en la que vivo. Veo, eso sí, que no es “mi” ciudad, sino la finca de recreo de Sainz/Salarrullana-Alvarez y en consecuencia, consciente de que me la han robado, me niego a opinar sobre el buen gusto de la elección de las jardineras con la cortesía propia de quien visita como invitado una finca de recreo.

            Y es más, si insisten en preguntarme mi opinión sobre la desmotorización de ese grupo de calles, es posible que les suelte un insulto, porque yo vivo en la calle Duquesa de la Vistoria entre Colón y Juan XXIII, es decir, una carretera-garaje que lo será aún más por culpa de la desmotorización de las de al lado. Y si todavía les quedan ganas de preguntarme  qué hacer con el dinero que tienen, les aconsejaré que lo repartan entre los portales de la zona en cuestión: hagan cuentas Vds., casi cuatrocientos millones a repartir entre menos de cien portales. Quien sabe, el año que viene nos puede tocar a los de nuestra calle.

            Al fin y al cabo no es peor un Ayuntamiento convertido en Casa de Lotería que en Casa de Encuestas.  



POLÍTICOS, COCHES Y ADOQUINES

 

calle Juan XXIII

            (Publicado en La Voz de La Rioja el 14 de noviembre de 1993)

            La torpeza del grupo Sainz/Salarrullana-Alvarez no debería hacer perder la razón a la ciudad. Las tonterías que dicen para defender el proyecto de la medio peatonalización de la zona de Calvo Sotelo están siendo contestadas por parte de la ciudadanía con parecidas tonterías, y eso sí que es grave. Está mal que los Sainz/Salarrullana-Alvarez se tomen la ciudad como su finca de recreo, pero es muchísimo peor, muchísimo más preocupante, el oir ciertas sandeces en boca de los vecinos y opositores al proyecto: ello nos podría hacer perder la esperanza de que hubiera algo mejor para Logroño que los Sainz/Salarrullana-Alvarez.

            Por ejemplo, el más oído y el peor de los argumentos que se esgrimen en contra del proyecto del Ayuntamiento es que “se suprimen plazas de aparcamiento en la calle”. A estas alturas del debate sobre el problema del tráfico viario en las ciudades da casi vergüenza rebatir públicamente este argumento, pero vista la virulencia con que las gentes de la calle lo esgrimen, no queda más remedio que hacerlo.

            La carencia de espacios para el aparcamiento de vehículos es producto de una mala política de aparcamientos, es decir, de la no previsión de espacios para guardar los coches en una sociedad altamente motorizada. Como consecuencia de esa falta de previsión, los coches han tenido que ser dejados en la calle durante un par de décadas, lo que ha traído como consecuencias: 1) colapsar el fluir de los vehículos negando un espacio propio para el transporte público y haciendo peligrosa la circulación de vehículos lentos tales como carruajes y bibicletas; 2) impedir una buena relación de carga y descarga entre los vehículos y las casas; y 3) estrechar las aceras hasta límites intolerables, arrancando los árboles que allí había y haciendo incómodo o imposible todo “estar” en la calle. Así que reivindicar como buena y deseable esta situación chapucera hace daño a los oídos y a la razón. Pedir más plazas de aparcamientos en las calles es aplaudir a Sainz, que fue el causante hace muy pocos años del destrozo de las aceras de Avenida de Colón, y estar del lado de Salarrullana y Dorado, que han estado un buen tiempo de su mandato buscando cómo sacar más plazas de aparcamiento en la vía pública.

            Los coches no deben dejarse jamás en la calle pública porque ¡son privados!. Antiguamente existía en muchos municipios la ordenanza de prohibición de dejar los carruajes en la calle. El impuesto de circulación de vehículos es correcto en su denominación porque se refiere a la “circulación” y no al “estacionamiento”. Sin embargo, el impuesto sobre “vados” es en este sentido el impuesto más ridículo que existe: se grava a aquel que retira su coche de la vía pública guardándolo en el interior de las casas, y se premia al que ocupa indefinidamente la calle. Es increíble que nadie hasta ahora lo haya cuestionado.

            Cierto que el Ayuntamiento de Logroño ha iniciado últimamente una cierta política de aparcamientos públicos fuera de la vía pública, pero no menos cierto es que lo ha hecho de la manera más cara (sistema de subterráneos) y peor administrada. La lamentable imagen del aparcamiento del propio Ayuntamiento es todo un símbolo.

            Pero la política más torpe es siempre la del todo o nada, que es lo mismo que decir la “no política”. Contra el caos circulatorio general, peatonalización, y encima parcial: sólo allí donde al alcalde/alcaldesa les guste. Pero una peatonalización puntual no es otra cosa que una redefinición del tamaño de las manzanas. Es preciso recordar al respecto los debates habidos en la década de los setenta para reorganizar la trama Cerdá en Barcelona habilitando espacios peatonales dentro de unas supermanzanas formadas por nueve de las antiguas manzanas, y cómo fueron desestimados por la tremenda sobrecarga de tráfico que suponían para las calles de borde dada la alta densidad de usos de las manzanas existentes. En el caso de Logroño pasa que, en primer lugar, el plan de peatonalización propuesto no es un plan general de reorganización de la trama de Logroño, sino un caprichito puntual; y en segundo lugar, que la densidad de usos de las manzanas incluidas en la nueva supermanzana es también altísima, mientras que la capacidad del viario de borde es muy inferior a cualquiera de las calles del Ensanche barcelonés.

            Y más cosas. El adoquinado y el mobiliario propuesto en el proyecto se opone también a un régimen de peatonalización temporal que impidiera la desolación en que suelen caer estos lugares cuando cierra el comercio. La creación de aparcamientos públicos y baratos es difícil pero no imposible: ahí está el Mercado del Corregidor como posible edificio garaje, o los talleres de la Imprenta Moderna con que se estaba en tratos hace un tiempo, y si me apuran, hasta la posibilidad de un subterráneo negociado con los Maristas.

            Otros muchos argumentos mal expuestos podrían ser contestados adecuadamente con más espacio. Pero seamos serios y no mezclemos temas, porque lo que es ya incontestable, por ridículo e inaudito, es que nuestro alcalde vaya a La Coruña a mendigar dinero al Estado, y aquí se lo regale “a espuertas” y para caprichos, a la concejala que le arrima el sillón. 

            



UN JARDÍN ARRASADO

 

calle Calvo Sotelo


(Publicado en el diario La Rioja en mayo de 1994)

 

            Hasta hoy, día 23 de mayo de 1994, en que escribo compungido estas líneas, el patio de la manzana comprendida entre las calles Duquesa de la Victoria, Juan XXIII, Calvo Sotelo y avenida de Colón tenía en su interior, a la altura del número 18 de Duquesa de la Victoria, un pequeño jardín con media docena de árboles, una exótica palmera, un columpio, un banco, un alto seto y un buen regado cesped.

            Era, a pesar de su pequeñez y privacidad de uso, un balón de oxígeno, un débil rayo de vida inmerso entre toneladas y toneladas de cemento. A través del brote, del brillo, del verdor y del enrojecimiento estacional de las hojas de esa media docena de árboles, los cientos de ventanas que se abren al patio de esa manzana, podían contemplar, aunque mínimamente y con dificultades, el eterno espectáculo de la naturaleza. Hasta este mes de mayo, esos cientos de ventanas tenían todavía un hilo de vida en sus cristales. Hoy se ha apagado para siempre. La codicia de los dueños del jardín y la estupidez del Ayuntamiento se han aliado en su destrucción. La dinámica de la tonta peatonalización de Salarrullana ha llegado hasta él: las palas acaban de dar sus últimas dentelladas al último de los árboles del jardín ante la impotencia y la tristeza de los rostros que se han ido asomando a las ventanas. Plazas de garajes ocuparán su lugar.

            Se desenmascara así la mentira sobre la que está construida la peatonalización de las calles Calvo Sotelo y adyacentes: no es cierto que la ciudad se haga más humana y más habitable, como dicen desde el Ayuntamiento una y otra vez Sainz y Salarrullana, -sin olvidar esta vez al ecologista Alvarez que dió su voto decisivo y de quien me acuerdo especialmente en estos momentos en que veo como la pala vapulea los troncos y ramas caídas-; es falso que Logroño deja de ser una ciudad motorizada y un almacén de coches porque se peatonalicen cuatro calles. Hay que ser muy ciego y muy tonto para creerse esas mentiras; y ya no digo lo que hay que ser para decirlas... Lo cierto, y la destrucción del jardín es una pequeña pero significativa muestra, es que el flujo de esas calles y el almacén de coches de esas calles se traslada a las calles adyacentes, degradándolas y convirtiéndolas en calles de servicio de las anteriores.

            Ver el frente del Cículo Logroñés tristemente transformado en una zona de carga y descarga, y ver las calles Duquesa de la Victoria, Jorge Vigón y Juan XXIII (en el tramo de la glorieta del doctor Zubía) convertidas en densos aparcamientos de la supermanzana de marras, es un espectáculo denigrante que refleja que la peatonalización no es sino una acción de desequilibrio entre calles. Por no hablar de zonas más alejadas que también han pagado la factura, como la calle Capitán Gaona, o como el paseo de Dax, que se había convertido en una alegre estación de autobuses ocasional y que ha sido cercenada para meter más coches aparcados. Por no hablar también, del desequilibrio de tráfico que ha entorpedido notablemente la fluidez de los semáforos de Duquesa de la Victoria con Muro del Carmen y Jorge Vigón con Avenida de Colón.

            La peatonalización tiene una cara y una cruz (algo así como el diseño de la calle Juan XXIII en el tramo entre Duquesa de la Victoria y Calvo Sotelo: un diseño tan ridículo, por cierto, que hay quien la llama la calle del apartheid: carril blancos/carril negros). El aparato propagandístico del Ayuntamiento insiste tanto en el lado bonito de su proyecto que incluso he oído a gente inteligente pronunciarse favorablemente sobre las obras de peatonalización. Es obvio que la cultura urbana está bajo mínimos, que el interés por recuperar las calles de esta ciudad como lugar de vida, encuentro y representación, es nulo, y que lo único para lo que se quieren las calles es para huir de Logroño lo más rápida y cómodamente posible, o sea, en coche. Pero de ahí a que no seamos capaces de ver como quedan las otras calles, o de ahí a que la inteligencia claudique entre el todo o nada que las peatonalizaciones proponen, va un abismo.

            Y tal como les cuento, con el corazón compungido, ciertamente, -porque mi ventana es una entre el ciento de ventanas que dan a ese patio de manzana-, la ausencia de inteligencia pública, aliada a una codicia particular, la han pagado hoy un jardín y una manzana entera. El jardín es ya irrecuperable; pero a ver si por lo menos, diciéndolo públicamente, no nos volvemos todos tontos.  


domingo, 18 de junio de 2023

EL SOLAR DE LOBETE

 


(Publicado en En contraste n. 2) 

            El Ayuntamiento y la Comunidad Autónoma de la Rioja, dirigidos por el PP, llevan trazas de confundir urbanismo con gestión, y dentro lo que es gestión, lo que es gestión pública y gestión empresarial. No se explica de otro modo que se presente a los medios de comunicación como una gran operación urbanística para Logroño la increíble operación especulativa de la nueva ordenación del solar de los pimientos -con recalificación incluida-, tras el acuerdo de renuncia de Procobsa después de catorce largos años de pendencias judiciales. El PP presenta a la ciudad un balance positivo de 700 millones con un descaro propio de quien nos toma por accionistas y no por ciudadanos. Para salvar Lobete de su grisura urbana es preciso que lo que se haga en ese solar articule el barrio. Proponer más viviendas es, por el contrario, hacerlo aún más anodino. Pero eso es urbanismo, o sea, hacer ciudad y no millones; y de eso, al parecer, ya nadie entiende.