(Publicado
en el diario La Rioja en mayo de 1994)
Hasta
hoy, día 23 de mayo de 1994, en que escribo compungido estas líneas, el patio
de la manzana comprendida entre las calles Duquesa de la Victoria, Juan XXIII,
Calvo Sotelo y avenida de Colón tenía en su interior, a la altura del número 18
de Duquesa de la Victoria, un pequeño jardín con media docena de árboles, una
exótica palmera, un columpio, un banco, un alto seto y un buen regado cesped.
Era,
a pesar de su pequeñez y privacidad de uso, un balón de oxígeno, un débil rayo
de vida inmerso entre toneladas y toneladas de cemento. A través del brote, del
brillo, del verdor y del enrojecimiento estacional de las hojas de esa media
docena de árboles, los cientos de ventanas que se abren al patio de esa
manzana, podían contemplar, aunque mínimamente y con dificultades, el eterno
espectáculo de la naturaleza. Hasta este mes de mayo, esos cientos de ventanas
tenían todavía un hilo de vida en sus cristales. Hoy se ha apagado para siempre.
La codicia de los dueños del jardín y la estupidez del Ayuntamiento se han
aliado en su destrucción. La dinámica de la tonta peatonalización de
Salarrullana ha llegado hasta él: las palas acaban de dar sus últimas
dentelladas al último de los árboles del jardín ante la impotencia y la
tristeza de los rostros que se han ido asomando a las ventanas. Plazas de
garajes ocuparán su lugar.
Se
desenmascara así la mentira sobre la que está construida la peatonalización de
las calles Calvo Sotelo y adyacentes: no es cierto que la ciudad se haga más
humana y más habitable, como dicen desde el Ayuntamiento una y otra vez Sainz y
Salarrullana, -sin olvidar esta vez al ecologista Alvarez que dió su voto
decisivo y de quien me acuerdo especialmente en estos momentos en que veo como
la pala vapulea los troncos y ramas caídas-; es falso que Logroño deja de ser
una ciudad motorizada y un almacén de coches porque se peatonalicen cuatro
calles. Hay que ser muy ciego y muy tonto para creerse esas mentiras; y ya no
digo lo que hay que ser para decirlas... Lo cierto, y la destrucción del jardín
es una pequeña pero significativa muestra, es que el flujo de esas calles y el
almacén de coches de esas calles se traslada a las calles adyacentes,
degradándolas y convirtiéndolas en calles de servicio de las anteriores.
Ver
el frente del Cículo Logroñés tristemente transformado en una zona de carga y
descarga, y ver las calles Duquesa de la Victoria, Jorge Vigón y Juan XXIII (en
el tramo de la glorieta del doctor Zubía) convertidas en densos aparcamientos
de la supermanzana de marras, es un espectáculo denigrante que refleja que la
peatonalización no es sino una acción de desequilibrio entre calles. Por no
hablar de zonas más alejadas que también han pagado la factura, como la calle
Capitán Gaona, o como el paseo de Dax, que se había convertido en una alegre
estación de autobuses ocasional y que ha sido cercenada para meter más coches
aparcados. Por no hablar también, del desequilibrio de tráfico que ha
entorpedido notablemente la fluidez de los semáforos de Duquesa de la Victoria
con Muro del Carmen y Jorge Vigón con Avenida de Colón.
La
peatonalización tiene una cara y una cruz (algo así como el diseño de la calle
Juan XXIII en el tramo entre Duquesa de la Victoria y Calvo Sotelo: un diseño
tan ridículo, por cierto, que hay quien la llama la calle del apartheid: carril
blancos/carril negros). El aparato propagandístico del Ayuntamiento insiste
tanto en el lado bonito de su proyecto que incluso he oído a gente inteligente
pronunciarse favorablemente sobre las obras de peatonalización. Es obvio que la
cultura urbana está bajo mínimos, que el interés por recuperar las calles de
esta ciudad como lugar de vida, encuentro y representación, es nulo, y que lo
único para lo que se quieren las calles es para huir de Logroño lo más rápida y
cómodamente posible, o sea, en coche. Pero de ahí a que no seamos capaces de
ver como quedan las otras calles, o de ahí a que la inteligencia claudique
entre el todo o nada que las peatonalizaciones proponen, va un abismo.
Y
tal como les cuento, con el corazón compungido, ciertamente, -porque mi ventana
es una entre el ciento de ventanas que dan a ese patio de manzana-, la ausencia
de inteligencia pública, aliada a una codicia particular, la han pagado hoy un
jardín y una manzana entera. El jardín es ya irrecuperable; pero a ver si por
lo menos, diciéndolo públicamente, no nos volvemos todos tontos.