(Publicado en La Rioja del Lunes de 15 de abril de 1991 con veintisiete alteraciones sobre mi texto original (?!) )
DEL CAMBIO AL PRESTIGIO
Una lectura de la Reforma de la Glorieta del Doctor Zubía
“Lo
hemos cambiado todo para que todo siga igual” dijo el Alcalde de Logroño en la
re-inauguración de la Glorieta del Doctor Zubía hace unas semanas.
Una
lectura política inmediata sugiere que la voluntad de que todo siga igual es un
reflejo del deseo de permanencia en el poder. Un chiste fácil, el de que fue la
idea del “cambio” la que se lo consiguió. Una descalificación abstracta, la de
que se trata de falta de ideas. Utilícese la que se quiera para la inminente
campaña electoral y giremos aquí la conversación hacia temas más serios.
Cierto
es que el paso del tiempo deteriora las construcciones del hombre, y que ante
ello debemos reaccionar con la reparación o la sustitución. Por el contrario,
la rehabilitación que ahora nos invade, lejos de la inmediatez (de la
naturalidad que diría un ecologista) de las dos actividades mencionadas,
aparece cargada de artificio y simulación, porque no sólo encierra un engaño
sino dos: hacer pasar por nuevo lo que no es; y hacer pasar por viejo lo que
tampoco es. Y aún más allá de la rehabilitación, está la reedificación a la que
el Alcalde nos invita (Teatro Bretón primero, y ahora Glorieta) y que nos
remite a un mito de pesadilla: el de Sísifo con su piedra.
Pero
la reedificación, lejos de lo que dice el alcalde, no deja las cosas tal como
eran, ni mucho menos. Veamos lo que ha pasado en la querida Glorieta del Doctor
Zubía.
Frente
a la fragmentación parcelaria del dominio de lo privado (los frentes de fachada
de las manzanas), el espacio público, por definición, es único y continuo. El
suelo, elemento esencial en la definición de una plaza, asume por lo común la
tarea de significar esa continuidad. El asfalto que había antes era un material
excelente para lograr la difícil unidad de los diferenciados espacios que
rodean al Instituto. Frente a la continuidad del espacio público, el nuevo
diseño ofrece una triple fragmentación: en zonas, en materiales, y en aparejos.
Las aceras Norte y Oeste, en las que con tres pasos se va de la caliza fina
(con la que te matas cuando llueve) al ladrillo rojo, pasando por el adoquín rugoso,
son al respecto, un ejemplo esperpéntico.
La
segunda estrategia de destrucción del espacio público va más allá de su
fragmentación, La incomodidad del adoquín rugoso es un recurso utilizado en
diseño de calzadas para indicar al peatón cuál es el dominio del carro y el
caballo, la zona en la que se corre riesgo de ser atropellado y la advertencia
sutil de por dónde se debe circular remitiéndole a las bandas más finas y
cómodas para su pié. El pedregal que se ha construido en la Glorieta no invita
a entrar y si se cruza, ha de ser como mal menor para no tener que dar toda la
vuelta. Pero se sale de ahí en cuanto se puede, huyendo de un terreno agresivo
y peligroso.
Aún
con materiales diversos y fragmentarios se puede conseguir cierta continuidad.
Es cuestión de dominar el diseño y la técnica del aparejo. Pero el diseñador de
la Glorieta da muestras de no aprender ni de sus propios errores por muy
escandalosos que sean (como el de enfrentar juntas en diagonal a la fachada
barroca de La Redonda en la plaza del Mercado). En la Glorieta coloca el adoquín en círculos
concéntricos en torno a los árboles por lo que, en los encuentros obliga a
cortar las piedras en agujas verdaderamente escalofriantes que contravienen
toda la lógica del material. Desazón contraria se siente cuando por mantener la
ortogonalidad del aparejo se dejan sin resolver los irregulares encuentros que
se producen en la esquina Noreste de la manzana, frente al antiguo
Ayuntamiento.
La
reproducción de los jardincillos decimonónicos en bordillo de ladrillo sería
fiel a la existente si no fuera porque en los pasillos interiores a los
parterres se ha colocado el mismo tipo de ladrillo, con lo que se genera el
bloqueo visual típico, y cargado de inquietud, de pisar aquello con lo que se
decora.
Está
claro que en el tema de las farolas, el Alcalde no dice la verdad, pues han
desaparecido aquellas ingenuas farolas verdes con pie en forma de alcachofa que
había en la Glorieta, o aquellas otras divertidamente pretenciosas de base de
ladrillos y azulejos, báculo de hormigón pintado de purpurina plateada y
luminaria de llama o de filigrana metálica y tulipa, que había en la entrada
del Instituto. Emulos de Juan Barranco (aquel alcalde que perdió su silla...)
nos han puesto farolas de fundición, fernandinas e isabelinas, pero han
calculado bastante mal su proporción y son desmesuradamente altas, siempre con
el farol por encima de la horquilla de los árboles, al contrario de lo que
mandan los cánones.
La
papelera catalana “de diseño”, obra creo que de Federico Correa para la plaza
San Jaime de Barcelona, contrasta con el zafio o escaso diseño habido en la
plaza. Debe ser el toque chic que necesitaba.
El
alcalde responsable de la obra es Manuel Sainz Ochoa. El diseñador es el
arquitecto municipal Rafael Alcoceba Moreno. La empresa constructora que la ha
materializado se llama BEYTESA.