(Escrito en mayo de 1993, en plena producción del gobierno municipal Sainz/Salarrullana-Alvarez, para no recuerdo qué medio impreso)
Las
desastrosas obras urbanas que el Ayuntamiento de Logroño produce año tras año
no son consecuencia, como a menudo se oye en las conversaciones de la
calle-, de la mediocridad del alcalde,
ni del protagonismo de la concejala semialcaldesa (que es sólo cosa de aguantar
dos años más), ni de la torpeza e ignorancia de sus arquitectos e ingenieros, y
ni siquiera de la absoluta incompetencia de los asesores de tráfico y medio
ambiente que contrataron a sueldo. La culpa de que el Ayuntamiento no acierte
nunca en sus proyectos para calles y jardines tampoco la tiene la oposición
política que pudiera estar ocultando las verdaderas soluciones como artimaña
para ganar las siguientes elecciones. Los Gobiernos y los funcionarios de los
Gobiernos son y serán siempre gente que en su preocupación por mantenerse o
acceder al disfrute del poder agotan todo su pensamiento, de manera que no se
les puede pedir más (Enzensberger). La definición de los problemas y soluciones
han de llegar del pensamiento de la buena gente que no tiene los sesos sorbidos
en la lucha por el poder; así que si alguien tiene la culpa de que los barrios,
las calles y las plazas de Logroño sean cada vez más feas e inútiles, esos son
los ciudadanos de Logroño, quienes en vez de pensar de modo sencillo en sus
problemas, andan imitando a sus gobernantes y funcionarios repitiendo sus
mismos discursos.
El
argumento para que el gobernante y el funcionario disfruten de sus estatus es
que todo problema que se presente, por muy simple que sea, ha de considerarse
como algo muy complicado que requiere profundos estudios, mucho tiempo, muchas
reuniones y, sobre todo, mucho presupuesto. Llega un momento incluso, como en
el problema del tráfico, en que declaran que a pesar de todos sus esfuerzos, no
hay solución (así Manuel Sainz), y mientras esperan la llegada de algún “mago”
del tráfico que todo lo arregle con artes de birlibirloque, van dando palos de
ciego sobre las anchas espaldas de la ciudadanía: primero plazas duras sin un
miserable arbusto (Chile), luego todo un cesped sin un mínimo llano para jugar
un partidillo de basket o de fútbol callejero (Ebro); por aquí una calle
convertida en autopista (Duques de Nájera), por allá un inservible boulevard
que se reproduce (General Franco); buscan plazas de aparcamiento convirtiendo
los “en línea” a “en batería”, y luego encargan estudios de carril bici;
destruyen las mejores aceras (avenida de Colón) y prometen zonas peatonales
justo al lado (Calvo Sotelo); dicen que la ciudad no debería cruzar el Ebro y
construyen unas faraónicas instalaciones en Las Norias; y mientras dan la licencia
a un hipermercado de autovía, celebran que en Logroño a todos los sitios se va
andando.
La
pregunta que nos hacemos es ¿siempre será así?. Por supuesto. Siempre será así.
Siempre tendremos que aguantar la inutilidad de gobernantes y de sus
funcionarios en esas sus obras hechas única y exclusivamente con la intención
de mantenerse, glorificarse o acceder al poder. No hay escapatoria a la
organización jerárquica de los seres humanos, porque nunca la ha habido; porque
no somos ni seremos como un banco de bacalao, -que decía con cierta nostalgia
un poeta filósofo amigo mío. Pero no hay que preocuparse por ello: es un
castigo que hay que soportar y que no resulta excesivamente grave si luego, en
nuestras conversaciones privadas, nos reímos un tanto de sus estupideces y
damos con la correcta definición de los problemas y con sus sencillas
soluciones. Los desastres son mucho más llevaderos si, aunque sucedan
efectivamente, sabemos que pudieran no haber ocurrido. Pagamos el diezmo con
resignación porque sabemos perfectamente que lo van a despilfarrar, y ese saber
es nuestro consuelo y nuestra fuerza. E incluso no descartamos que nuestra
razón, siendo tan amplia y general, generándose en tantas y tantas
conversaciones de almuerzo, de chiquiteo, de café o de sobremesa, pudiera fluir
hacia arriba por alguna grietecilla, haciendo que el político se equivocase
alguna vez y atendiera a este sentido común que llega de abajo en vez de a su
condición de gobernante.
Ahora
bien, si en nuestras tertulias imitamos su modo de hablar y sus discursos
insensatos; si de algún modo participamos en sus luchas por el poder; si
reproponemos sus proyectos megalómanos pensándolos aún más grandes; si nuestras
soluciones son más complicadas que las suyas y necesitasen aún de más dinero;
si nuestro pensamiento se ocupa en buscar un culpable en el entramado de poder
y burocracia, en pensar que ajustando un poco el entramado de poder y
burocracia todo se iba a arreglar, si creemos que es a fuerza de imaginación o
de fórmulas mágicas como se mejora la ciudad; entonces sí que estamos perdidos
definitivamente. Entonces sí que ya no hay vida ni esperanza ni nada de nada.
El día no dará paso a la noche y de las entrañas de la tierra no saldrá una
brizna de hierba: porque con la unidad total de voluntad y pensamiento entre el
Ayuntamiento y la ciudadanía, habremos acabado de poner farolas a la noche y de
enterrar Logroño y la tierra toda bajo nuestras obras y proyectos.