sábado, 24 de junio de 2023

POLÍTICOS, COCHES Y ADOQUINES

 

calle Juan XXIII

            (Publicado en La Voz de La Rioja el 14 de noviembre de 1993)

            La torpeza del grupo Sainz/Salarrullana-Alvarez no debería hacer perder la razón a la ciudad. Las tonterías que dicen para defender el proyecto de la medio peatonalización de la zona de Calvo Sotelo están siendo contestadas por parte de la ciudadanía con parecidas tonterías, y eso sí que es grave. Está mal que los Sainz/Salarrullana-Alvarez se tomen la ciudad como su finca de recreo, pero es muchísimo peor, muchísimo más preocupante, el oir ciertas sandeces en boca de los vecinos y opositores al proyecto: ello nos podría hacer perder la esperanza de que hubiera algo mejor para Logroño que los Sainz/Salarrullana-Alvarez.

            Por ejemplo, el más oído y el peor de los argumentos que se esgrimen en contra del proyecto del Ayuntamiento es que “se suprimen plazas de aparcamiento en la calle”. A estas alturas del debate sobre el problema del tráfico viario en las ciudades da casi vergüenza rebatir públicamente este argumento, pero vista la virulencia con que las gentes de la calle lo esgrimen, no queda más remedio que hacerlo.

            La carencia de espacios para el aparcamiento de vehículos es producto de una mala política de aparcamientos, es decir, de la no previsión de espacios para guardar los coches en una sociedad altamente motorizada. Como consecuencia de esa falta de previsión, los coches han tenido que ser dejados en la calle durante un par de décadas, lo que ha traído como consecuencias: 1) colapsar el fluir de los vehículos negando un espacio propio para el transporte público y haciendo peligrosa la circulación de vehículos lentos tales como carruajes y bibicletas; 2) impedir una buena relación de carga y descarga entre los vehículos y las casas; y 3) estrechar las aceras hasta límites intolerables, arrancando los árboles que allí había y haciendo incómodo o imposible todo “estar” en la calle. Así que reivindicar como buena y deseable esta situación chapucera hace daño a los oídos y a la razón. Pedir más plazas de aparcamientos en las calles es aplaudir a Sainz, que fue el causante hace muy pocos años del destrozo de las aceras de Avenida de Colón, y estar del lado de Salarrullana y Dorado, que han estado un buen tiempo de su mandato buscando cómo sacar más plazas de aparcamiento en la vía pública.

            Los coches no deben dejarse jamás en la calle pública porque ¡son privados!. Antiguamente existía en muchos municipios la ordenanza de prohibición de dejar los carruajes en la calle. El impuesto de circulación de vehículos es correcto en su denominación porque se refiere a la “circulación” y no al “estacionamiento”. Sin embargo, el impuesto sobre “vados” es en este sentido el impuesto más ridículo que existe: se grava a aquel que retira su coche de la vía pública guardándolo en el interior de las casas, y se premia al que ocupa indefinidamente la calle. Es increíble que nadie hasta ahora lo haya cuestionado.

            Cierto que el Ayuntamiento de Logroño ha iniciado últimamente una cierta política de aparcamientos públicos fuera de la vía pública, pero no menos cierto es que lo ha hecho de la manera más cara (sistema de subterráneos) y peor administrada. La lamentable imagen del aparcamiento del propio Ayuntamiento es todo un símbolo.

            Pero la política más torpe es siempre la del todo o nada, que es lo mismo que decir la “no política”. Contra el caos circulatorio general, peatonalización, y encima parcial: sólo allí donde al alcalde/alcaldesa les guste. Pero una peatonalización puntual no es otra cosa que una redefinición del tamaño de las manzanas. Es preciso recordar al respecto los debates habidos en la década de los setenta para reorganizar la trama Cerdá en Barcelona habilitando espacios peatonales dentro de unas supermanzanas formadas por nueve de las antiguas manzanas, y cómo fueron desestimados por la tremenda sobrecarga de tráfico que suponían para las calles de borde dada la alta densidad de usos de las manzanas existentes. En el caso de Logroño pasa que, en primer lugar, el plan de peatonalización propuesto no es un plan general de reorganización de la trama de Logroño, sino un caprichito puntual; y en segundo lugar, que la densidad de usos de las manzanas incluidas en la nueva supermanzana es también altísima, mientras que la capacidad del viario de borde es muy inferior a cualquiera de las calles del Ensanche barcelonés.

            Y más cosas. El adoquinado y el mobiliario propuesto en el proyecto se opone también a un régimen de peatonalización temporal que impidiera la desolación en que suelen caer estos lugares cuando cierra el comercio. La creación de aparcamientos públicos y baratos es difícil pero no imposible: ahí está el Mercado del Corregidor como posible edificio garaje, o los talleres de la Imprenta Moderna con que se estaba en tratos hace un tiempo, y si me apuran, hasta la posibilidad de un subterráneo negociado con los Maristas.

            Otros muchos argumentos mal expuestos podrían ser contestados adecuadamente con más espacio. Pero seamos serios y no mezclemos temas, porque lo que es ya incontestable, por ridículo e inaudito, es que nuestro alcalde vaya a La Coruña a mendigar dinero al Estado, y aquí se lo regale “a espuertas” y para caprichos, a la concejala que le arrima el sillón.