(Publicado en dos entregas en La Rioja del
Lunes, el 1 y el 8 de junio de 1992)
Mientras
que en la actualidad no hay absolutamente nadie con una mínima lucidez que se
atreva a pronosticar los rasgos del siguiente siglo, a comienzos del nuestro
George Simmel ya anunciaba que “el
bombardeo de impresiones sensibles, imposibles de almacenar (no digamos de reflexionar) obligarán al desarrollo de una constante
indiferencia ante sucesos -crímenes, atascos, escándalos, miseria-, y
espectáculos -publicitarios, arquitectónicos, mecánicos” (Las grandes urbes y la vida del
espíritu, 1903).
La
precisión del diagnóstico es tal que, en la actualidad, podemos utilizarlo a
diario. Por ejemplo, sobre el asunto del pabellón de La Rioja en la Expo: una
vez inaugurado y asumido el escándalo de que no es desmontable y que nunca se
sabrá lo que ha costado, aunque seguro que mucho, o sea, más de mil doscientos
millones ¿a quién le interesa ya?. Incluso al riojano que tiene ya contratado
el viaje y no puede cancelarlo, y tiene que sufrir la pesadilla de la Expo,
cuando vaya allí, la saturación de imágenes y acontecimientos será tal, que
apenas reparará en el asunto éste de nuestro pabellón local.
Así
pues, que hable yo aquí, bien o mal del pabellón, es un asunto irrelevante que
a nadie va a importar. El relato público de mis impresiones sólo tiene por
tanto un carácter político (esa actividad humana ya en desuso y sustituida por
la publicidad), es decir, un carácter personal. La escritura quiere ser aquí
esa reflexión casi imposible que pronosticaba Simmel: un desenmascarar la
“complejidad” que siempre se atribuye a estos temas, un continuo comparar unas
cosas con otras.
Pero
para los no iniciados en Arquitectura creo conveniente hacer una introducción
aclaratoria. La evolución de la Arquitectura como actividad humana y como arte
comprende tres estadios: El primero lo definió magistralmente George Chritoph
Lichtenberg en su aforismo número 31: “El
caracol no construye su casa, sino que ésta le crece del cuerpo”. Así se
construyeron nuestros pueblos más hermosos y los cascos antiguos que hoy tanto
se protegen. Christopher Alexander ha teorizado dicho proceso en uno de los
mejores libros de arquitectura que conozco: “El modo intemporal de construir”,
ed. G. Gili.
El
segundo estadio es el hermafrodita, que puede enunciarse más o menos así:
mientras los arquitectos dicen “nosotras
parimos, nosotras decidimos”, los promotores responden “yo pago, yo mando”. Que estos dos agentes sociales lleguen a algún
entendimiento suele ser fruto de la necesidad, no del amor.
En
el tercer estadio, que podemos llamar nihilista por pertenecer por entero a
nuestro siglo, el edificio desaparece detrás del anuncio ó detrás del negocio
ó, incluso, detrás del diseño de sus elementos parciales. O sea, que el
edificio es lo de menos.Y como el siglo está tan avanzado, hay que señalar que
el noventa y nueve por ciento de la edificación actual pertenece ya a este
último grupo.
La
arquitectura de finales de este siglo es flor de un día, espectáculo mediático,
negocio por negocio. Y si encima el edificio es “desmontable”, y de “feria”, su
irrelevancia como objeto va inserta en su propia definición.
Hablar
pues de lo que no existe no tiene sentido. Ser crítico de arquitectura en
nuestro siglo es otra tarea imposible. Y sólo a base de recuerdos y obstinación
romántica podremos entablar una conversación o fijar una idea. Además,
reflexionar sobre arquitectura en un periódico, choca con la vastedad del tema.
La arquitectura es actividad cara, y mil doscientos millones dan mucho de qué
hablar. Por otro lado, hablar de un “lugar” concreto desde fuera del lugar, o
hablar de la multiplicidad de imágenes que posee la arquitectura sin tener las
imágenes delante, es tarea fatigosa. Hay cantidad de argumentos para no decir
ni una palabra, así que tan sólo voy a apuntar los temas, no a desarrollarlos.
Yo
estuve en el pabellón de La Rioja en Sevilla poco más de media hora hace un
mes. Hice una docena de fotos en el pabellón y enuncié los siguientes temas:
-Edificio-hall.
La organización espacial estratificada en pisos y simétrica produce la
sensación de estar siempre en los sucesivos recibidores de un edificio que
resulta no tener más dependencias que dos escaleras simétricas que acaban por
llevar, una, al restaurante, y otra, a la cocina (lo que obliga a colocar en
esta última a una señorita que te dice: “no
por favor, no siga subiendo por aquí” ) y dos patinejos para llamarse a
voces de un piso a otro.
-
Envoltura exterior discreta y urbana en un contexto verbenero: como ir a la
“batalla del vino” con un traje de lino color crema y camisita de chorreras
(panel de alabastro de la fachada principal).
-
La cercha invertida de la marquesina convertida en bibelots (cohetes) es de
pésimo gusto y no encaja con el resto del traje del edificio. Al traje de lino
se le ha puesto una corona de espinas o de velitas tipo Santa Lucía. Desde el
trenecito la impresión es muy mala y supuse que desde la calle no se vería,
pero me equivoqué.
-
La estratificación en bandas horizontales de los pisos de la maqueta original
ha desaparecido en el edificio, que ahora presenta bandas verticales en las
esquinas como si se nos hubiese quedado pequeño a última hora y lo quisiéramos
hacer crecer.
- A la entrada hay un charco, y para no pisarlo han construido un puentecito. Mejor hubiera sido secar el charco ¿no? Luego me han contado una historia truculenta de unas huellas de dinosaurios compradas a un arqueólogo furtivo que están debajo del charco, pero yo no quiero saber nada de este asunto tan feo, así que rodeo el charco.
-
Parra de entrada. La Naturaleza se lleva mal con las ferias. Quizás sea porque
la Naturaleza es vida y las Ferias son comercio de vidas, o sea, muerte. El
caso es que la parra no quiere crecer porque sabe que en octubre la van a
arrancar. Un palo hincado en el cesped y una cinta de plático colorada, de esas
de las de obras públicas, hace que la protege.
-
El umbral es un espacio desolador con dos rincones laterales que, en otro
lugar, servirían para la guardia, y si no hubiera guardia, para meadero. En el
pabellón de La Rioja en Sevilla sirven para arrinconar una máquina lavaplatos
estropeada sobre la que había un letrero que ordenaba “no tocar”.
-
En el centro del hall, a piso llano, hay un mostrador circular, como el del
Ayuntamiento de Logroño pero sin bedeles con traje azul y pegando sobres.
-
Un gigantesco artefacto metálico que recorre el techo (¿es una escultura?, ¡ah!
¿es arte?; entonces bien, porque si es arte ¿qué vamos a decir?) da dolor de
cabeza al hall.
-
Las burbujas expositoras que están detrás del mostrador circular son un éxito
porque dan tantos reflejos que o no se puede ver lo que exponen en una, o sea,
el impresentable “facsímil original” (Consejero de Industria dixit) de las
Glosas Emilianenses, o aumentan los brillos de las piritas que hay en la otra.
-
La escena de la planta baja se cierra con un telón de paneles que nos ha debido
costar a doblón. Todo para mostrar unos mapas lamentables y la foto
representativa de Logroño: el cruce de la carretera de circunvalación con la
prolongación de la calle Chile (como en el pabellón de Cuba...).
-
Dos folios con rotulación hecha sobre una regla indican con una flecha quebrada
hacia arriba, EXPOSICION, y con una flecha quebrada hacia abajo, BODEGA. Bueno,
es un problemilla de última hora que no debería haberse resuelto nunca con un
folio y un bolígrafo. De todos modos, -según me dicen-, un mes después de mi
visita, todavía siguen allí.
-
Lo peor es que la afición a los cartelillos provisionales no acaba aquí. En los
ascensores hay escritos a máquina (esta vez parece que va en serio) una notita
que indica que nada de subir en el ascensor por razones de seguridad. Nada más
verlos ya me lo temía, porque así colocados, enfrente de la escalera y con esas
puertas verdes correderas, más parecen de comunidad de vecinos que otra cosa.
-
El panel de metacrilato donde figuran los sponsors comerciales del pabellón
tiene la misma virtud que las burbujas expositoras. La invisibilidad se logra
aquí mediante un hábil juego de formas entre los rótulos y sus sombras.
-
La bodega es inodora, o sea, no es bodega. Es un bar en el que se establece una
dura pugna entre los recuerdos de la arquitectura del estadio del caracol y del
estadio del diseño. Por cierto que entre los recuerdos de las bodegas riojanas
hay una prensa que no es de vino sino de aceite (?).
-
Lo que se anunciaba como exposición es en realidad “el museo de los horrores”.
Otro hall con “Arte” por medio. Alérgicos al Arte, abstenerse.
-
Allí una amable señorita me facilitó unos lujosísimos prospectos turísticos de
buenísimas fotos y carísima impresión en los que no se dicen más que tópicos y
además, en uno de ellos el mapa de La Rioja está invertido, y en otro, Logroño
es Burgos. Iban en unos expositores diseñados al efecto, pero como la gente se
los llevaba a pares, pues se acabaron el primer día y la señorita que me los
dió los sacó de un armario donde estaban escondidos.
-
Al fondo del Museo de los Horrores está el minicine. En él, el blanco de la
pantalla se extiende hacia el techo plegado como para disimular que no es un
“Duplex”, pero no da el pego. Otrosí fuera que se proyectara en el techo en
plan panorámico, que se lleva mucho por allí; pero la película convencional que
se proyecta en la pantalla convencional ha costado tanto (la cifra que me han
dicho es tan escandalosa que no me la creo), que la dirección ha debido decir
que nada de juguetitos.
-
El comedor restaurante es pequeñín, o sea, selecto, con unas vistas sobre el
lago bien hermosas, o sea que si uno encuentra asiento y se puede permitir
pagar la cuenta, pues se tiene que sentir muy bien, o sea, como un
privilegiado. A partir de ahí, creo yo, todo se empezará a ver distinto.
-
El salón de sesiones, situado justamente encima del comedor, aún mejora las
perspectivas. Es elegante y está tocado por la mano del “diseño” en las sillas,
la mesa, las lámparas, los ceniceros y no se qué más. Aquí se tienen que
negociar cosas muy importantes: al menos su aspecto institucional-moderno-ejecutivo
así lo anuncia.
-
Luego hay unos pasillos con cuadros de pintores riojanos y unas oficinas donde
se resolverán también, digo yo, asuntos importantes.
Y
ya vale con veintiún temas, veintiuno es un buen número para quedarse (el día
de nuestro patrón San Mateo). Hay muchos más temas, lo sé, y cada uno de estos
temas podría desarrollarse ampliamente, pero yo no estuve en el pabellón más de
media hora porque, claro está, docenas de otros singulares pabellones me
reclamaban. Justo en el umbral del pabellón, cuando estaba haciendo una foto
del lavavajillas allí aparcado, salió del edificio el Presidente del Gobierno
de La Rioja y me saludó amablemente, porque es un señor muy amable que siempre
me ha saludado amablemente. Y a pesar de que en buena medida, él era el
responsable de tanta nadería superpuesta, yo también le saludé amablemente,
porque es también mi costumbre saludar amablemente. Además, bien pensado ¿quién
es el responsable?
Seguramente
los arquitectos deben sentirse responsables de todo esto, pero yo no creo que
sea así. Raul Gonzalo y Julián Torres son probablemente los mejores arquitectos
de Logroño (y en consecuencia apenas tienen trabajo). Ellos apuestan aún por la
arquitectura del segundo estadio y luchan denodadamente por la calidad del objeto.
Trabajan excelentemente los materiales, los encuentros, los detalles, y dominan
un amplio muestrario de diseños auxiliares de la edificación. Pero con ser todo
ello muy importante para hacer arquitectura, resulta que no es suficiente:
primero, porque enfrente de la mesa han tenido a un cliente esquivo e indeciso,
esto es, a políticos democráticos. En segundo lugar, porque al lado, justo a un
lado del pabellón riojano, se le ha ocurrido a Hormaechea poner una nevera
gigantesca , y en el otro lado los murcianos han colocado un jardín escalonado
con escalera mecánica y todo. Y así la arquitectura es imposible. Y luego los
responsables encargan a unos decoradores de Bilbao que pongan las burbujas, el
artefacto de la entrada, los paneles de a doblón y el museo de los horrores; y
así no hay arquitectura que resista.
Todo
quiere ser un anuncio hortera, una agencia de turismo o un eco institucional
contra el que los arquitecto Gonzalo y Torres libran una estéril batalla
intentando hacer arquitectura. Así que la responsabilidad del pabellón de La
Rioja no es de ellos, ni del Presidente, ni de los decoradores de Bilbao, ni
tampoco colectiva (de La Rioja entera), porque en la era del nihilismo ya no
hay responsables; ni siquiera ya es responsable el que escribiendo sobre ello,
nombra el disparate. Seguramente porque en los tiempos de la publicidad, la
lectura ya sólo es un buen somnífero.