(Este es mi primer artículo publicado íntegramente; ...pero apareció (?) en un
medio muy extraño y singular: el programa de fiestas de San Mateo de 1983. El alcalde
Manuel Sainz me lo recompensó con dos entradas para ver el recital de Pablo
Milanés, pero su carta me llegó después de fiestas...)
De
un tiempo a esta parte, en las calles de Logroño y en las de otras ciudades
también, están apareciendo unos extraños edificios a los que parece no
gustarles las alineaciones municipales.
Me
refiero a aquellos que presentan unas fachadas quebradas que, bien mirando
hacia la derecha o hacia la izquierda, parecen atentar contra la línea y el
orden que guardan los edificios vecinos.
Tal
fenómeno se inscribe en un proceso global de pérdida de los valores ciudadanos
y espaciales de la calle, y responde a unos criterios que voy a comentar hoy
aquí.
Triunfo y ocaso de la calle
Hay
inventos tan sumamente perfectos, como por ejemplo, la cama, los zapatos, las
bicicletas o el tenedor, que parece difícil que puedan caer en el olvido. Sin
embargo, la calle, uno de esos geniales descubrimientos universales, parece no
correr la misma suerte desde que un grupo de arquitectos europeos decidieran
calificarla de burguesa (véase ¿Quien teme al Bauhaus feroz? Tom Wolfe. ed.
Anagrama) y propusieran nuevos modelos de edificación, los bloques y las
torres, capaces de superar tal invento.
Antes
de que desaparezca del todo, o incluso para su posible recuperación, puede ser
pertinente recordar los valores de la calle tradicional.
Dicho
de un modo algo pedante, la calle es la óptima expresión de la maximización del
valor de las infraestructuras. Traducción: al juntar unos edificios a otros,
reducimos al máximo la longitud de la calle y de las costosas tuberías de
alcantarillado, luz, agua, etc.
Como
consecuencia, se crea un espacio artificial definido por la anchura de la
calzada y sus aceras, la altura de las casas, la composición de sus fachadas,
las perspectivas hacia uno y otro lado, los pavimentos, los bancos, las
farolas, los árboles, etc,. que a lo largo de la historia ha tomado un sinfn de
formas y revelado un amplio abanico de posibilidades.
De
entre ellas, las más logradas sean posiblemente las creadas en los llamados
Ensanches de finales del siglo pasado, de las que son ejemplo en Logroño, Gral.
Franco, Calvo Sotelo, Vara de Rey, Gonzalo de Berceo, Avenida Portugal, Avda.
de Navarra y otras.
Su
éxito radica tanto en la humana proporcionalidad de su espacio, como en la
generosa capacidad de admitir diferentes tipos de edificios y fachadas en sus
lados, que conlleva esa virtud de “diversidad en la unidad” tantas veces
proclamada y buscada por los urbanistas modernos.
Este
modelo de calle parece que consiguió también ese nivel idóneo de densidad de
población y de posibilidad de relaciones humanas que, a principios de siglo,
enaltecieron la vida en las ciudades frente a la de los pueblos. (Puede
comprobarse todo ello con sólo echar un vistazo a las imágenes de las calles
logroñesas del “Logroño ayer”, publicación del COAR, o a las de la reciente
colección de postales editadas por el IER con el mismo título).
La
brillantez de las mismas ha sido el preámbulo de un ocaso que en Logroño, mucho
más que en otras ciudades, parece ser definitivo.
El
proceso de transformación de la calle del Ensanche (transformación hecha
posible también como consecuencia de su propia versatilidad) ha tenido diversas
fases y aspectos. Para Manuel Solá-Morales “el proceso de transformación ha
consistido en la potenciación de la importancia viaria sobre el resto de
valores de la calle” (La transformación
de los Ensanches. conf. Manuel Solá-Morales. Barcelona), es decir, la calle ha
dejado de ser un lugar común de vida, de relación e incluso de representación
social de sus vecinos, convirtiéndose en una “vía de comunicación” (¡vaya
denominación más paradójica!).
Destrozados
los valores ciudadanos de la calle, a los ediles y a sus técnicos, y no digamos
a los propietarios de los solares, no les ha importado ya destruir su
proporcionada espacialidad, dejando construir muchas más alturas.
Y
por último, -llegando al fin al tema del artículo-, hasta las casas se quieren
salir de la línea...
Las casas quebradas
Recuperar
las calles del Ensanche, sobre todo en Logroño, va a ser una tarea muy difícil,
aunque no imposible. Supondrá, en principio, el revalorizar sus virtudes y
demostrar los aspectos negativos de sus últimas transformaciones.
Voy
a empezar hoy aquí por el final y sólo por un tema puntual, la transformación
formal y figurativa que suponen las casas de fachadas quebradas, dejando para
otro momento los asuntos, mucho más importantes, aunque ya dentro de un alcance
eminentemente político, de la vialidad y la especulación.
Al
margen de las consideraciones respecto a la calle, las casas con fachadas
quebradas responden más o menos a tres criterios:
-
El primero es el de supeditar su diseño a la consecución de un mejor asoleo
para las habitaciones, orientando éstas escalonadamente en el sentido más
favorable, o sea, hacia el Sur o Sur-Oeste, aprovechando la línea máxima de
vuelos que permiten las ordenanzas municipales.
Esto,
que a primera vista pudiera parecernos un logro interesante, no es en el fondo
sino la degradación arquitectónica de unos elementos mucho mejor diseñados para
captar el sol y componer las fachadas: los bow-windows (literalmente “ventana
salediza” muy utilizada en la arquitectura anglosajona) y los miradores.
-
El segundo criterio es de origen menos meritorio. Se basa en la solución a un
arduo problema: diseñar una vivienda mínima en una parcela irregular que no
tiene las medianeras perpendiculares a la calle. Veamos: para que sean
habitables las habitaciones muy pequeñas, han de ser, por lo menos, de forma
regular, normalmente, ortogonal. Para conseguir esto cuando la pared medianera
es oblicua a la calle, es preciso ir escalonando las habitaciones en la fachada
buscando la ortogonalidad de todas ellas.
Lo
curioso es que, a veces, buscando tal ortogonalidad, resulta que las
habitaciones quedan en una situación desfavorable respecto al soleamiento. En
tal caso, como puede comprobarse en algunas casas de Logroño, el segundo
criterio prima sobre el primero: no están las fachadas quebradas para conseguir
mejor asoleo, sino para aprovechar más y más el espacio.
-
Aún con todo, a pesar de la fuerza de estos dos criterios anteriores, los
diseñadores de fachadas no se hubieran atrevido a trocearlas si no se hubiese
producido previamente todo un fenómeno de pérdida de mecanismos y valores en la
composición arquitectónica.
El
movimiento moderno en arquitectura dio al traste definitivamente con la
simetría como sistema ordenador de composición, y los principios sustitutivos
-el equilibrio de masas, el contraste, el eco, etc.-, han sido lo
suficientemente débiles como para ser rápidamente olvidados, desembocando en un
aformalismo o mejor dicho, en una degradación formal sin precedentes, en donde
todo es posible. Incluso, quebrar las fachadas.
Las
proclamas del movimiento moderno no han sido pues un elemento más de
enriquecimiento de nuestro bagaje compositivo, sino al contrario, la pérdida de
todo él. Recuperar la calle pasa también por recuperar los tradicionales
mecanismos de composición para las fachadas de las casas que la conforman, sin
tener que olvidar por ello las aportaciones del movimiento moderno.
Con
todo, y en directa referencia al caso, me parece oportuno concluir con una cita
de Edmund Burke, que ya en el siglo XVIII afirmaba que “en la belleza visual,
los sentimientos nacidos de la contemplación de superficies lisas y suaves
producen una relajación muscular, en tanto que los cuerpos ásperos y angulosos,
conmocionan a los órganos del sentimiento” (Edmun Burke. “Investigación
filosófica sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello”, Londres
1757).