martes, 7 de septiembre de 2010

EL LAVADERO DE TRICIO

.
(Mientras que los grandes edificios pasan de una cultura a otra, las pequeñas construcciones, sin embargo, mueren inexorablemente con su cultura sin que apenas nadie sea sensible a ello. No guardo la fecha del periódico en que se publicó esta necrológica, ni la foto que hice para la ocasión, así que marzo de 1988 es la única referencia)

Corren tiempos en que no es infrecuente el sentimiento de indignación por la desaparición irracional de personas o cosas. Son tiempos de ignorancia y de incapacidad para la contemplación: malos tiempos para la arquitectura, que según mi amigo Joan Isart, es contemplación. Huiré por tanto de la indignación en las líneas que siguen.

El lavadero de Tricio acaba de desaparecer. Tal es la noticia. El sábado 19 de marzo tomé la fotografía que ilustra esta nota: en ella pueden verse sus escombros. Recordé allí el dictamen del gran Borges: “sólo lo que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos”.

José Manuel Ramírez me había encargado, a mediados del año pasado, su restauración (aunque sin fondos, -como me advirtió Angel Mellado). José Luis Hormilla, Margarita Zangroniz y yo lo medimos, fotografiamos, contemplamos y aún acariciamos las desgastadas piedras de lavar y sus cansados pilares en un día de frío intenso.

Poco después supe que muchos otros esfuerzos se habían dado para impedir su ruina. Carlos Muntión fue el promotor de los más de ellos. Releo ahora lacónicamente un “Saluda” que el COAR le envió y él me cedió: El Decano del colegio Oficial de Arquitectos de La Rioja Saluda a D. Carlos Muntión Hernáez y le comunica que ha sido desestimada su solicitud para Beca COAR de 1985 y que bajo el lema “Salvar un lavadero” había presentado. Agradeciéndole su participación...”

Para recaudar fondos con destino a la compra de la madera de reposición, se fueron su hermano y Solozábal a jugar un partido de pelota a Salas de los Infantes. Conseguida la madera, mi malquerida Oficina de Supervisión de Proyectos redactó un Presupuesto el 29 de marzo de 1985 para acometer las obras. Transcribo el oficio: “Adjunto se traslada Informe Técnico realizado por el Aparejador de esta Oficina, D. Pedro Conde, valorando las obras de reconstrucción del lavadero de Tricio. La valoración asciende a 117.456 ptas. sin incluir la mano de obra, medios auxiliares y madera de estructura, conforme a las directrices que nos fueron indicadas. Firmado: el arquitecto-jefe D. Jesús de Pablo Pastor”. Adjunto al informe-presupuesto había dos dibujos, una sección y una planta de José Angel León García, provenientes de un trabajo de recopilación de fuentes y lavaderos que, bajo la dirección de José Miguel León, había realizado con la ligera ayuda, esta vez sí, de una beca del COAR.

Un Director Regional, un Premio Nacional de Investigación Etnográfica, dos excelentes pelotaris, un ex Consejero, un Consejero, un buen arquitecto y su dibujante, mis ayudantes y yo. Se ha cerrado la lista. Ya no habrá nadie más.

Dos acólitos me acompañaron en el funeral. Uno, que como puede verse no le hacía ascos a la fotografía, me indicó que buena falta le hacía (el empujón final). El otro, que desapareció rápidamente por el camino de la ermita, sentenció: “total no servía para nada...”. Son cosas que se oyen en los entierros.

Hacía sol. Joachim von Passenow, el primer personaje de la trilogía de Hermann Broch, “deseó para su propia muerte un día suave de lluvia”. Muerte y lluvia son complementarios. No hubo la suerte de tener la lluvia pero sí la música: desde la entreabierta puerta de mi coche me llegaban los desgarrados bufidos de una cinta del Barón Rojo.